Con profundo dolor comunicamos la noticia del fallecimiento de José Carlos Chiaramonte, quien fuera socio honorario de nuestra Asociación y reconocido como uno de los más importantes historiadores de América Latina y Argentina.
Compartimos el sentido obituario elaborado por Pablo Buchbinder.
JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE. IN MEMORIAM
Conocí a José Carlos Chiaramonte a mediados de 1986 poco tiempo después de su regreso a la Argentina proveniente del exilio mexicano. Por entonces yo era un joven estudiante que aspiraba a convertirse en historiador. Para quienes iniciamos nuestra formación en aquellos años, José Carlos y su obra eran referencias ineludibles. Quizás sea difícil para un joven que contempla el panorama heterogéneo, variado y complejo de la profesión histórica en la Argentina de hoy comprender adecuadamente el panorama de aquellos años. La historiografía argentina en sus dimensiones intelectuales e institucionales estaba iniciando un lento proceso de reconstrucción o, para ser más precisos, de construcción. Esa tarea estaba a cargo, en sus inicios, de un grupo heterogéneo pero muy reducido conformado por historiadores relativamente jóvenes que provenían del exilio externo e interno y se incorporaban a la vida universitaria luego de estar excluidos de ella por casi una década. Algunos acababan de defender sus tesis en el exterior o estaban publicando sus primeros libros. En aquellos años, los que estudiábamos historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA podíamos reconocer, en sus claustros, profesionales de la disciplina con conocimientos y dominio de la literatura histórica más reciente. Contábamos con excelentes profesores que daban clases admirables y con agudos lectores. Convivían estos aún con muchos de los que habían ejercido la docencia de modo mediocre en tiempos de la dictadura. Sin embargo, los historiadores en el sentido más cabal del término, aquellos que podían mostrar una obra de relevancia inscripta en las líneas que seguía el conocimiento histórico a nivel internacional y que podían exhibir, además, un dominio profundo del oficio se contaban con los dedos de una mano. José Carlos era indudablemente uno de ellos. Era distinto a los demás y era también, posiblemente, el que reunía la trayectoria más extensa entre todos los que podíamos reconocer en la universidad pública en llos tiempos de la reconstrucción democrática.
José Carlos había seguido un itinerario que compartía con muchos intelectuales argentinos con reconocido compromiso público en los años centrales del siglo XX. Había nacido en 1931 en Arroyo Seco, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe. Llevó a cabo sus estudios en la Universidad Nacional del Litoral donde se graduó en 1956 en la carrera de Filosofía. A partir del año 1957 enseñó Historia de la Cultura Argentina en la carrera de Ciencias de la Educación que funcionaba en la ciudad de Paraná. Durante aquellos años también compartió la docencia universitaria con la enseñanza y la gestión en la escuela media. A lo largo de su recorrido como estudiante y de sus primeros años como profesor universitario desarrolló una activa militancia en las filas del Partido Comunista lo que le valdría algunos breves períodos en prisión durante la década del 50. Se alejaría del partido a principios de los años sesenta. Esa experiencia, que tenía dimensiones políticas y culturales, signó posiblemente su obra más de lo que él mismo estaba dispuesto a reconocer. Por aquel entonces también verían la luz sus primeros trabajos importantes, en este caso, sobre la ilustración rioplatense.
En más de una oportunidad reconoció que su formación como historiador era la de un autodidacta. En aquellos tiempos nuestra disciplina cumplía un papel central en el debate público. El campo historiográfico estaba mayoritariamente escindido entre una orientación muy tradicional, escasamente innovadora y poco creativa inscripta en las líneas de la Nueva Escuela Histórica y el Revisionismo. Los herederos de la Nueva Escuela dominaban todavía en la mayoría de las escuelas universitarias. Por otro lado un revisionismo, ya con diversos matices, adquiría un peso dominante a través del mundo editorial en la esfera pública. Una breve estadía en la cátedra de José Luis Romero en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA -uno de los escasos lugares que en el mundo académico escapaba a estas dicotomías- sería fundamental tanto para su formación como para el ingreso a un mundo de sociabilidad historiográfica inscripto en rigurosos cánones profesionales. Aquella cátedra recibía periódicamente a prestigiosos profesores e investigadores extranjeros y constituyó un pilar fundamental en la efímera renovación de los estudios del campo de las ciencias sociales durante la década de 1960.
En 1971, José Carlos publicó “Nacionalismo y Liberalismo Económico en la Argentina”. Se trata de un texto aún hoy fundamental para comprender los rasgos dominantes de los debates sobre las políticas económicas de la segunda mitad del siglo XIX. A través de esta obra procuraba también proponer una lectura sobre la relación entre las ideas económicas, las políticas estatales y las clases sociales. La polémica con el revisionismo y con las vertientes burdamente mecanicistas en la interpretación de los vínculos entre las ideas y la realidad social son en este caso evidentes. Recuerdo, en este sentido, cómo en más de una oportunidad me señaló la necesidad de leer en profundidad el último capítulo de este volumen, al que consideraba que no se le había prestado la debida atención. En aquel trabajo es posible advertir uno de los rasgos que lo acompañaría a lo largo de toda su trayectoria y que era el firme rechazo a seguir las modas tanto ideológicas como historiográficas.
A principios de los años 70, se trasladó a Bahía Blanca, y se incorporó al Departamento de Economía de la Universidad Nacional del Sur. Allí comenzó a desarrollar con intensidad sus estudios sobre las economías regionales. Pero fue ésta una de las casas de estudios sobre las que, con mayor virulencia, se ejerció la represión que sobre el mundo académico argentino se inició a fines del tercer gobierno peronista. En marzo de 1975 fue cesanteado y partió hacia el exilio en México donde ejerció como investigador y profesor primero en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y luego en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. De aquellos años datan “Formas de Sociedad y Economía en Hispanoamérica” y sus primeras publicaciones sobre la cuestión regional.
En diciembre de 1985 José Carlos regresó a la Argentina. Poco tiempo después fue designado director del Instituto de Historia Argentina y Americana E. Ravignani, cargo que ejerció hasta el año 2012. Cualquier análisis de su lugar en la Historia de la Historiografía argentina contemporánea debiera no sólo contemplar la relevancia de su obra sino también su papel en la reconstrucción institucional. No se trataba de una tarea sencilla en la Argentina de la segunda mitad de la década de 1980 afectada por una crisis económica que parecía no tener salida. A ella se sumaron las tensiones tan agudas, comunes y reiteradas en nuestro campo profesional. Los conflictos con la política y la burocracia universitaria agregaron nuevos ingredientes. Sin embargo, asumiendo un costo personal y profesional no menor, logró convertir al Instituto en un organismo de renombre internacional y en un lugar privilegiado para que las jóvenes generaciones pudiéramos iniciar nuestro proceso de formación. Jorge Gelman, uno de estos investigadores jóvenes que provenía también del exilio y que lo sucedería en la dirección del Instituto destacaría como rasgos sustantivos la calidez humana y el clima de debate y colaboración que imprimió a su gestión. Al mismo tiempo, el respeto por la independencia de los investigadores constituiría otra de sus características como director. Su esfuerzo cristalizó, entre otros logros, en la nueva edición del Boletín del Instituto que inauguró por entonces su tercera serie. Hoy constituye una publicación de referencia internacional para la historiografía argentina y latinoamericana.
De la preocupación por la cuestión regional y luego nacional surge seguramente la contribución fundamental de la obra de José Carlos y que es contemporánea a su gestión en el Instituto. Sus aportes en relación a estos problemas han obligado a los historiadores a releer y reconstruir sobre nuevas bases la historia política e institucional de la primera mitad del siglo XIX. A fines de los años 70 y principios de los 80 eran sobre todo los fundamentos económicos y sociales de la construcción estatal en el período posrevolucionario los que orientaron las preguntas y los problemas de su investigación. Las preocupaciones relativas a la construcción de las identidades políticas y luego los lenguajes característicos de los tiempos revolucionarios y las guerras civiles fueron dominantes en sus trabajos posteriores. Formaban parte de su interés por el origen del estado y la nacionalidad. Hasta el cansancio y de un modo obsesivo nos insistía a todos los que permanecíamos cerca suyo sobre la necesidad de profundizar en el estudio del derecho natural y sus itinerarios en la Hispanoamérica de la primera mitad del siglo XIX. Sus análisis del problema de los orígenes de la nación y de la persistencia de las identidades locales y americanas durante las primeras décadas del siglo XIX llevaron a cuestionar presupuestos construidos desde fines de esa centuria y asumidos prácticamente sin discusión por la mayor parte de los historiadores hasta entonces. Durante estos años aparecieron sus trabajos más significativos en relación con estos temas y, posiblemente, los que marcan el nudo de su obra contemporánea: “Mercaderes del Litoral”, “Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina”, “Nación y Estado en Iberoamérica”. El estudio de los hilos que unen sus escritos de aquellos años con las tradiciones historiográficas e interpretativas sobre las que se conformó el actual Instituto Ravignani en los años 20 del siglo pasado constituye un problema para analizar en el futuro.
A lo largo de sus últimos años, tanto José Carlos como su obra fueron objeto de reiterados reconocimientos tanto a nivel nacional como internacional. Obtuvo el Premio Houssay en 2005 y fue reconocido con el Doctorado Honoris Causa en las Universidades del Centro de la Provincia de Buenos Aires,Salta y Rosario, entre otras. Fue designado profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires e investigador emérito del Conicet. Además se convirtió en un activo protagonista de los debates públicos volcando en ellos su experiencia como investigador y como ciudadano. Los principales medios del país contaron con su participación. En ningún caso fue complaciente y siempre privilegió en sus intervenciones la crítica y la polémica.
Me preguntaba mientras escribía estas páginas cómo pensar hoy, a horas de su deceso, su legado en particular para las generaciones más jóvenes que se inician hoy en la profesión. El último llamado que recibí de él, diez días antes de su fallecimiento, se vinculaba con las vicisitudes de la defensa de una tesis doctoral que acababa de dirigir. A fines del año pasado había publicado su último libro en el que repasaba aspectos muy diversos y controvertidos del conocimiento histórico y de la historiografía, tema que lo inquietaba en los últimos tiempos. José Carlos poseía una erudición notable que iba más allá de la específicamente histórica y que era propia de una generación de historiadores que nos han ido abandonando en los últimos años. Unía su pasión por la historia, que lo acompañó hasta los últimos días y que expresaba también su pasión por las vicisitudes de la vida pública argentina, con el rigor profesional y con la responsabilidad como investigador. Es esta combinación de pasión y rigurosidad -que no admitió nunca concesiones a las modas políticas, ideológicas o historiográficas- la que nos inspira y debiera inspirar a las próximas generaciones.
Pablo Buchbinder